Sinopsis:
La continuación de la exitosa novela La flor del azafrán amarillo.
Reseña:
En este libro, que no tenía idea que existía, la autora da contestación a muchas preguntas que quedan de la primera parte.
Los años han pasado y ahora Elizabeth, a quien llaman Lizbeth, es una mujer con dos hijos, a quien la experiencia del trabajo duro la ha llevado a comprender muchas cosas. Alejada de su familia, quienes aún no pueden perdonarla y la culpan de su situación.
Un día, recibe una carta de su madre, comunicándole que su papá está por fallecer, así que, decidida a tener una mejor relación con ellos, toma a sus hijos y se va. Al mismo tiempo, Mattie y sus hijos, regresan a las tierras que tanto dolor les provocaron, creando una coincidencia que acarreara para ambas familias, demasiados problemas pero también una que otra sonrisa.
Le pongo cuatro estrellas porque me ha parecido que esta vez el libro tiene toques cristianos, Mattie tiene una fe ciega en unos granos de mostaza que va por la vida tirándolos para que hagan efecto. Jordan es una mujer demasiado cerrada, cree que lo sabe todo y piensa que su mamá tiene ideas fosilizadas.
Y bueno, la cosa más loca es que, finalmente contestan como obtuvieron el salvo conducto, una chiquilla lo escribió (?) así de plano tan sin razón, y no termina, Mattie compro el papel con sus “ahorros”, ¿cuales ahorros? En ese tiempo los esclavos no tenían dinero porque no se les pagaba, tan es así que la hija se está muriendo en el primer libro, y no tiene azúcar ni sal para hacerle un té.
No se que estaba pensando la escritora, en fin. Ella menciona al final que se trata de una historia real, e incluso pone sus fuentes de investigación, punto bueno.
Lo recomiendo.
Frases:
Sección 1. Ni en los Estados Unidos ni en ningún lugar sujeto a su jurisdicción habrá esclavitud ni trabajo forzado, excepto como castigo de un delito del que el responsable haya quedado debidamente condenado. Sección 2. El Congreso tendrá la facultad de hacer cumplir este artículo por medio de la legislación apropiada.
—Si queremos superar nuestras heridas, nuestra guerra, no tenemos más remedio que perdonar.
Matthew le había asegurado que aquel era un medio de transporte seguro, pero Lisbeth no estaba del todo convencida de que avanzar a sesenta kilómetros por hora no fuese dañino para la salud.
—¿Sabíais que la Baltimore and Ohio Railroad ofreció transporte a los soldados de la Unión durante la guerra?
—Si tu fe es tan grande como un granito de mostaza, podrás mover montañas.
—La libertad no viene con una casa. La libertad no viene con un caballo. La libertad no viene con tierras. La libertad no viene con comida —espetó Sarah.
—Jordan, Samuel y tú sabéis más de libros que la mayoría de la gente, pero eso no quiere decir que sepáis más de la vida que los demás. No lo olvides nunca.
—Es que no hay que saber cómo ni por qué funciona la fe. Lo único que necesitas es asegurarte de que no te falta cuando te sientas perdido.
—Ahora fabricamos materiales para el ferrocarril. Estamos trabajando más que nunca. Estoy contento de tener trabajo, pero no me hace ninguna gracia que a los blancos les paguen mucho más por hacer lo mismo y menos si son inmigrantes.
—Estoy orgullosa del trabajo que desempeño aquí —dijo la invitada—. Considero mi deber de cristiana educar a los negros tanto como sea posible. Aunque desde el punto de vista intelectual no serán nunca iguales que los blancos, sus ganas de trabajar y su actitud alegre los convierten en alumnos muy comprometidos.
»Es una crueldad animarlos a perseguir oportunidades que no están al alcance de sus competencias naturales. Las vacas no vuelan ni las águilas dan leche —proclamó.
—La mayor arma que tienen es precisamente hacer que pierdas la esperanza, de modo que nuestra arma más poderosa es aferrarnos a ella como podamos.
Nosotros no elegimos lo grande que será nuestra aportación, pero sí decidimos hacer algún bien donde estamos.
Dios te está dando la oportunidad de ayudar a un niño a reconocer su propio nombre. Es poquito, pero para esa criatura es un mundo.
—Nunca, ni en un millón de años, se habría imaginado mi madre leyendo la palabra del Señor sin ayuda. Y, fíjate, ahora tú, su nieta, eres maestra. ¡Has ido a la universidad!
Se había convencido de que había acabado, de que se había abolido de veras la esclavitud, pero en aquel momento se dio cuenta de que no era cierto.
no puedo saber qué semillas arraigarán y darán flor, pero el simple hecho de lanzarlas constituye un acto de fe.
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