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viernes, 7 de agosto de 2020

Cuando era puertorriqueña - Esmeralda Santiago

 

Sinopsis:

 

La historia de Esmeralda Santiago comienza en la parte rural de Puerto Rico, donde sus padres y siete hermanos, en continuas luchas los unos con los otros, vivían una vida alborotada pero llena de amor y ternura. De niña, Esmeralda aprendió a apreciar cómo se come una guayaba, a distinguir la canción del coquí, a identificar los ingredientes en las morcillas y a ayudar a que el alma de un bebé muerto subiera al Cielo. Pero precisamente cuando Esmeralda parecía haberlo aprendido todo sobre su cultura, la llevaron a Nueva York, donde las reglas —y el idioma— eran no sólo diferentes, sino también desconcertantes. Cómo Esmeralda superó la adversidad, se ganó entrada a la Performing Arts High School y después continuó a Harvard, de donde se graduó con altos honores, es el relato de la tremenda trayectoria de una mujer verdaderamente extraordinaria

 Reseña:

Cuando escribo en inglés, tengo que traducir del español que guarda mis memorias. Cuando hablo en español, tengo que traducir del inglés que define mi presente. Y cuando escribo en español, me encuentro en medio de tres idiomas, el español de mi infancia, el inglés de mi adultez, y el espanglés que cruza de un mundo al otro tal como cruzamos nosotros de nuestro barrio en Puerto Rico a las barriadas de Brooklyn.

 

 Esmeralda es una niña que vive en Puerto Rico. Le gusta correr, perseguir a las gallinas e imaginar que se brinca la barda para agarrar mandarinas. Sus padres, llevan un matrimonio de época, donde el hombre hace lo que quiere (no llega a dormir, no llega a casa en varios días) y la mujer solo se llena de hijos.


Su madre, cansada de la situación decide romper esquemas y entrar a trabajar a una fábrica, en uno de esos días de asueto el más pequeño tiene un accidente y a partir de ahí todo cambia.

Con El Paso de los años, la relación de sus padres también desfallece y se van a vivir a Nueva York, en donde su madre empieza a trabajar y hace una nueva vida con un nuevo esposo.

Se trata de una autobiografía, donde la autora, a modo de protesta, comenta que no entiende ya bien el español, a pesar de ser su lengua materna. Y ni que decir de la añoranza de su tierra, esa siempre nos persigue a donde quiera que vayamos. A Esmeralda Santiago le duele no tener identidad, que otros hayan decidido por ella, le duele que su familia no pudo salir a flote

 

Quienes nos hemos alejado de nuestro país, y estamos viviendo el sueño americano, lo entendemos perfectamente.

 

Frases:

  

Ya mujer, soy las dos cosas, una jíbara norteamericana, y llevo mi mancha de plátano con orgullo y dignidad. 

Aunque las canciones y la poesía jíbara describían una vida dura y llena de sacrificios, decían que los jíbaros eran recompensados con una vida contemplativa, independiente, vecina con la naturaleza, respetuosa de sus caprichos, orgullosamente nacionalista. Yo quería ser una jíbara más que nada en el mundo, pero Mami dijo que eso era imposible ya que yo nací en Santurce, donde la gente se mofaba de los jíbaros por sus costumbres de campo y su dialecto peculiar.

 El cabello de Delsa, rizado y negro, enmarcaba a una cara redonda con labiecitos pucheros y ojos redondos con pestañas largas. Mami la llamaba su Muñequita. El cabello de Norma era del color de barro, sus ojos amarillentos alzados en las equinas, y su piel brillaba del mismo color de una calabaza. Mami la llamaba su Coloró. Yo no sabía que tenía apodo, pero Mami me dijo que mi nombre no era Negi, sino Esmeralda.

 —Porque cuando tú naciste, eras tan trigueña que mi mamá dijo que eras una negrita. Y te llamábamos Negrita, y lo cortamos a Negi.

 Era muy complicado, como si cada persona fuera en realidad dos, una querida y la otra oficial a quien, me imaginaba yo, nadie amaba.

 Los hombres, estaba aprendiendo, eran todos unos sinvergüenzas, lo que quería decir que no se abochornaban de nada y que le daban rienda suelta a todos sus gustos frívolos.

 Dignidad era algo que tú le concedías a otras personas y que ellos te devolvían. Quería decir que nunca se maldecía a nadie, nunca se enojaba una delante de otra persona, nunca se le clavaba la vista, nunca se paraba una demasiado cerca de una persona a la que acababas de conocer, nunca se tuteaba a nadie hasta que no dieran permiso.

 Nosotros niños hablábamos cuando teníamos algo que decir, interrumpíamos a nuestros padres a cada rato, y discutíamos con ellos hasta que Mami nos recordaba que estabámos faltando el respeto.

 La iglesia estaba oscura, fresca y olía a dulce. Abuela metió los dedos en una vasija a la entrada de la iglesia y se santiguó. Yo metí mis dedos, pero encontré sólo agua. La probé, y Abuela me miró horrorizada y se santiguó de nuevo.

 Me pareció entonces que a una mujer quedarse jamona no le dolería tanto. Que una mujer sola, fea o bonita, no podría sufrir tanto como mi linda madre.

 Yo preferiría quedarme jamona que gastar tantas lágrimas por un hombre.

Puedes leerlo aquí 



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