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miércoles, 20 de mayo de 2020

¿Por qué la guerra? Sigmund Freud & Albert Einstein




Sinopsis:

En julio de 1932, Albert Einstein, a instancias de la Sociedad de Naciones a través del Comité permanent des Lettres et des Arts, escribe a Sigmund Freud para formularle una de las preguntas más importantes que, a su juicio, debe plantearse la civilización: «¿hay una manera de liberar a los seres humanos de la fatalidad de la guerra?».
En aquellos momentos, el ascenso de las ideas fascistas comenzaba a hacer imaginable una nueva confrontación generalizada, como si los horrores de la I Guerra Mundial no hubieran sido suficientes para disipar las amenazas bélicas en Europa. Aquella pregunta enlazaba con otra preocupación del físico alemán: «¿es posible dirigir el desarrollo psíquico de los seres humanos de manera tal que éstos se vuelvan más resistentes a las psicosis del miedo y la destrucción?».

Reseña:

Le he dado cuatro estrellas porque creo que a diferencia de las dos cartas donde se haya el quid del problema, las demás son puro relleno.

¿Por qué la guerra?

Es un libro que narra cómo dos grandes mentes: Einstein y Freud, llegaron a intercambiar correspondencia.
Se resaltan dos cartas donde Einstein lanza la pregunta ¿Por qué la guerra? Y deduce que en cuestiones de la mente le corresponde a Freud responder. También comenta, que la única forma de eliminar la guerra es creando un gobierno único para todos.

Freud contesta que, se requiere más bien un organismo internacional dotado de fuerza jurídica por todos los países (lo que resulta imposible, ya que a nadie le conviene), continúa haciendo referencia al derecho y su creación ( evitar que los más fuertes ejerzan violencia sobre los débiles) y después de muchas reflexiones termina diciendo que el hombre por naturaleza tiene ciertas tendencias a la violencia, pero, si se llega a cierto grado de racionalidad es posible que llegue a ser pacifista (como estos dos genios). Habla de la historia de las guerras y como siempre existe una desigualdad, ya sea en una ciudad donde todos están de acuerdo (la esposa y el esposo), ya sea en un conjunto de ciudades llevadas a unirse por medio de la guerra, etc.


Este libro, años después, fue prohibido en la Alemania Nazi, debido a su contenido. Es enriquecedor observar a estas dos mentes, que se supone, no tienen conocimiento jurídico, hablar sobre estos temas.
 

Frases:


El 8 de septiembre Freud le comunicaba asimismo a Eitingon que había «terminado esa Correspondencia entre S. Freud y A. Einstein Página 3 de 18 correspondencia para mí tediosa y estéril a la que se había dado en llamar discusión con Einstein».

Naturalmente siempre he sabido que Ud. me admiraba sólo “por cortesía” y que hay muy pocas afirmaciones de mi teoría que le convenzan.

¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra? Es bien sabido que, con el avance de la ciencia moderna, este ha pasado a ser un asunto de vida o muerte no sólo para algunas personas sino una verdadera amenaza para toda la civilización tal cual la conocemos; sin embargo, pese al empeño que se ha puesto, todo intento de darle solución ha terminado en un lamentable fracaso.

la creación, con el consenso internacional, de un cuerpo legislativo y judicial para dirimir cualquier conflicto que surgiere entre las naciones. Cada nación debería avenirse a respetar las órdenes emanadas de este cuerpo legislativo, someter toda disputa a su decisión, aceptar sin reserva sus dictámenes y acatar cualquier medida que el tribunal internacional estimare

un tribunal es una institución humana que, en la medida en que el poder que posee resulta insuficiente para hacer cumplir sus veredictos,

primer axioma: El logro de una seguridad internacional implica la renuncia incondicional, en una cierta medida, de todas las naciones a su libertad de acción, vale decir, a su soberanía, y está claro fuera de toda duda que ningún otro camino puede conducir a esa seguridad.

El afán de poder que caracteriza a la clase gobernante de todas las naciones es hostil a cualquier limitación de la soberanía nacional. Este hambre de poder político suele

favorecer sus intereses particulares y extender su autoridad personal.

Una respuesta evidente a esta pregunta parecería ser que la minoría, la clase dominante hoy, tiene bajo su influencia las escuelas y la prensa, y por lo general también la Iglesia

Estos servicios a su servicio les permiten dirigir, organizar y gobernar las emociones y sentimientos de las masas, inconscientes como el sujeto sometido a hipnosis de los verdaderos motivos de su acción diferida [la sugestión colectiva], y convertirlas también en un instrumento a su servicio.

¿Cómo es que estos procedimientos logran despertar en los hombres tan salvaje entusiasmo, hasta llevarlos a sacrificar su vida? Sólo hay una contestación posible: porque el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción [canalizado de esta manera a través de racionalizaciones ideológicas e idealistas].

La experiencia prueba que es más bien la llamada «intelectualidad» la más proclive a estas desastrosas sugestiones colectivas, ya que el intelectual no tiene contacto directo con la vida al desnudo, sino que se topa con esta en su forma sintética más sencilla: sobre la página impresa.

Pero sé muy bien que la pulsión agresiva opera bajo otras formas y en otras circunstancias más restringidas: pienso en las guerras civiles, por ejemplo, que antaño se debían al fervor religioso, y en nuestros días más a factores sociales; o, también, en la persecución de las minorías raciales.

pues la cuestión de la guerra me pareció una tarea que compete a la práctica de los políticos y hombres de estado.

sino sólo a indicar el aspecto que Correspondencia entre S. Freud y A. Einstein Página 9 de 18 cobra el problema de la prevención de las guerras en una consideración psicológica o, más estrictamente, psicoanalítica.

¿Puedo sustituir la palabra «poder» (“Macht”) por el término, más rotundo y más duro, de «violencia»

Pues bien, los conflictos de intereses entre los hombres se zanjan en principio mediante un expediente somero: la violencia, es decir el recurso a la fuerza impositiva sobre otro u otros.

una de las partes contendientes, por el daño que reciba o por la paralización de sus fuerzas, será obligada a deponer sus pretensiones, sus reivindicaciones o simplemente su antagonismo opositor.

Ello naturalmente se conseguirá de la manera más radical cuando la violencia elimine duraderamente al contrincante, o sea, seamos claros, cuando se lo mate. Esto, sin duda, además tiene la doble ventaja de impedir que insista y vuelva a empezar otra vez su oposición,

De manera excelente este argumento fue desarrollado brillantemente por Hegel en su noción de la dialéctica entre el amo y el esclavo

pero manteniéndolo atemorizado, pueda aprovechárselo para realizar servicios útiles para el vencedor, obteniendo así beneficios a su costa y a bajo coste.

respeto por la vida del enemigo,

Pasó a través del hecho de que la fuerza mayor de uno podía ser compensada y vencida por la unión de varios más débiles. «L'union fait la force»

Vemos pues, que el derecho no es sino el poder de una comunidad.

Pero no se olvide que todavía sigue siendo una violencia dispuesta a ejercerse y preparada para dirigirse contra cualquier individuo que se le oponga;

la diferencia sólo reside, real y efectivamente, en que ya no es la violencia de un individuo la que se impone, sino la de una comunidad, la de un grupo más o menos numeroso de individuos mancomunados en vistas a un interés compartido.

La unión de los muchos, la unidad del grupo asociado tiene que ser suficientemente permanente,

ciertos vínculos afectivos, sentimientos comunitarios,

en la realidad, la situación se complica por el hecho de que la comunidad real incluye [está formada por] desde un principio elementos de poder desigual (von Anfang an ungleich mächtige Elemente), varones y mujeres [que no gozan de los mismos privilegios en las diferentes culturas, donde la diferencia real se traduce en desigualdad social jerárquica], padres e hijos, y pronto, a consecuencia de guerras y sometimientos, vencedores y vencidos, dominantes y dominados, que se trasforman en amos y esclavos. Entonces el derecho

las leyes son hechas por los dominadores y están hechas para ellos, para beneficiar a ese grupo dominante, y son escasos los derechos concedidos a los sometidos o las ventajas que les proporciona

la clase dominante no está dispuesta a reconocer ese cambio, se llega a la sublevación, a la guerra civil, es decir, a una cancelación transitoria temporal del derecho y a nuevas confrontaciones violentas tras cuyo desenlace pueden ceder su dominio a la institución de un nuevo orden legal, de derecho.


Entonces, por paradójico que parezca, tal vez habría que admitir que la guerra no siempre es un medio inadecuado para restablecer la anhelada paz «eterna», ya que es capaz de crear aquellas unidades mayores dentro de las cuales un fuerte poder central haría imposible ulteriores guerras en su seno.

Una prevención segura de las guerras sólo es posible si los hombres se ponen realmente de acuerdo en la institución de un poder central reconocido de este modo y privativo de la violencia, al cual se delegaría la atención y resolución de

Hemos puesto de manifiesto que una comunidad humana se mantiene unida o cohesionada gracias a dos factores: la presión de la violencia (der Zwang der Gewalt) y los lazos afectivos (die Gefülsbindungen) -técnicamente se los llama identificaciones- entre sus miembros.

Ciertas personas predicen que sólo el triunfo universal de la ideología bolchevique podría poner fin a las guerras, pero en todo caso estamos hoy aún muy lejos de esa meta y quizá eso sólo se conseguiría tras espantosas guerras civiles.

Permítame exponerle, con este motivo, una parte de la teoría de las pulsiones

sólo de dos clases: aquellas que tienden a conservar y reunir -las llamamos eróticas, exactamente en el sentido de Eros en El banquete de Platón, o sexuales, ampliando así deliberadamente el concepto popular de sexualidad-, y otras que tienden a destruir y matar;

Ciertamente se cuentan entre ellos el placer de agredir y destruir e innumerables crueldades de la Historia y de la vida cotidiana confirman su existencia y su fuerza.


Muchas veces, cuando nos enteramos de los hechos crueles de la Historia, tenemos la impresión de que los motivos ideales [las diferentes ideologías religiosas, políticas o sociales] sólo sirvieron de pretexto a las apetencias destructivas

vuelta de esas fuerzas pulsionales hacia la destrucción en el mundo exterior alivia al ser vivo y no puede menos que ejercer un efecto benéfico sobre él, a costa naturalmente del agredido o destruido.

Nos parece con pocas probabilidades de éxito sino inútil el propósito de eliminar las tendencias agresivas de los hombres.

y mantienen unidos a sus partidarios, en buena medida gracias a una creencia ideal proyectada en el futuro y sobretodo al fomento del odio contra un enemigo extranjero que sin duda siempre está ahí dispuesto a fastidiar su bienaventurada sociedad en construcción.

Todo cuanto establezca lazos afectivos entre los hombres no podrá menos que actuar como un antídoto contra la guerra.

Estos últimos constituyen la inmensa mayoría, necesitan de una autoridad que tome por ellos decisiones que ellos mismos no podrían o sabrían tomar y a las cuales las más de las veces se someterán incondicionalmente.

¿Por qué nos indignamos y sublevamos tanto contra la guerra, usted y yo y tantos otros?

porque todo hombre tiene derecho a la vida, a su propia vida; porque la guerra destruye vidas humanas prometedoras y llenas de esperanzas;

Por ahora sólo podemos decirnos: todo lo que promueva el desarrollo de una cultura que no se funde en la represión pulsional sino en una educación racional de lo pulsional trabaja también contra la guerra.








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